Entendimiento del evangelio
Al iniciar esta reflexión sobre la evangelización en el contexto indígena, y su marco ecuménico, es importante intentar una definición de los términos que se usarán. La evangelización (del griego “evangelizomai”) implica el anuncio de una buena noticia, y un consecuente cambio de vida. El Apóstol Pablo habla de “mantener en alto la Palabra de vida” (Fil 2.16 NVI) como una oferta para ser recibida o rechazada. Es evidente que, mientras la predicación forma solo una parte de la misión de la iglesia, es una parte imprescindible. El contenido del mensaje, o anuncio, es algo que se debe comunicar, y requiere una respuesta – el bautismo si la respuesta es positiva. El anuncio debe ser asimismo explícito, acerca de una realidad espiritual inaugurada por la muerte y resurrección de la persona de Jesucristo.
En la Comunión Anglicana es común hablar de las Cinco Marcas de Misión, reconociendo que la evangelización no es la única parte de ésta. En primer lugar se pone la Proclamación – el kerygma – que es el mensaje hablado, explicado, argumentado y ofrecido como propuesta que necesita una respuesta. Las otras cuatro Marcas, que incluyen la formación o discipulado de los nuevos creyentes (y su inclusión en la iglesia a través del bautismo); el servicio o diaconía – en especial los actos de misericordia, compasión y sanidad; la lucha por la justicia y la reconciliación; y el cuidado de la creación, complementan y dan cuerpo y visibilidad al anuncio de esta nueva realidad introducida en el mundo por Jesucristo.
Los documentos producidos como consecuencia del Concilio Vaticano II (Gaudium et Spes (1965), y Evangelii Gaudium (2013)), desarrollan las implicancias de algunos de estos puntos en el contexto moderno, y especialmente en el contexto de la pobreza y la opresión.
El que anuncia el evangelio debe ser consciente de que este proceso producirá cambios en las personas y sus culturas, conforme respondan a las nuevas y exigencias de Jesucristo. Por lo tanto, esto no se puede hacer en un vacío, e inevitablemente aquellos que anuncian el evangelio en una cultura diferente a la suya, serán motivados por el amor de Dios, y tomarán en serio las formas de comunicación de aquella cultura, además de sus realidades espirituales. No se predica en un vacío; y la relación con los oyentes, tanto aquellos que aceptan el mensaje como aquellos que no, afecta al predicador y a la vez su forma de entender la realidad. De nuevo San Pablo: “Aunque soy libre, me he hecho esclavo de todos para ganar al mayor número posible…Y esto lo hago por causa del evangelio.” (1 Cor 9.19-22 RVC)
La experiencia de los que evangelizan en un contexto indígena es de un enriquecimiento de sus propios conceptos. Tuve el privilegio durante varios años de trabajar como exégeta en la traducción de las Sagradas Escrituras al idioma iyojwa’ja (chorote). Como paso previo se realizó un estudio extenso del idioma en todos sus aspectos, que involucró una profundización en la cosmovisión iyojwa’ja a través de la etnolingüística. Entrar en el mundo del otro es la experiencia de cualquiera que aprende otro idioma, y en forma especial del traductor, que debe considerar los conceptos y realidades desde otra óptica para hacer puente entre dos áreas de sentido y asegurarse de que el impacto sobre los oyentes en el idioma “receptor” sea lo mismo o parecido al impacto causado por las palabras en el idioma original.
Un ejemplo sencillo de esto podría ser la frase de Jesús “como ovejas entre lobos”. Dado que en el Chaco no existen lobos, y el zorro no constituye un peligro para las ovejas, los traductores deben elegir entre explicar el significado de las palabras a través de una nota, o buscar un paralelo que ilustra de la misma manera lo peligroso de la situación de las ovejas. Optando por este último, se propone que, en el contexto del Chaco los pumas sí son animales peligrosos y que se entiende mejor la fuerza del dicho si se sustituye “pumas” por “lobos”.
De esta manera no se cambia el mensaje, más bien se aclara en términos de la cultura receptora. Se podrían dar múltiples ejemplos de esto, incluso de conceptos teológicos o de formas gramaticales que no coinciden fácilmente entre los dos mundos – lo bíblico y lo indígena. Este proceso se complica más cuando entra también la cultura del misionero, sea latino o anglosajón. La influencia es multidireccional, y muchas veces la “encarnación” en la cultura indígena demuestra con claridad que el entendimiento de los conceptos desde la perspectiva europea carece de precisión.
Del mismo modo, los cambios producidos en la cultura receptora se deben solo en parte al evangelio en su sentido “puro”. Existe también la tendencia también de compartir, aunque sea en forma inconsciente, la cultura propia. En el caso de los misioneros anglicanos esto podrá haber sido anglosajona, y evidentemente en algunos aspectos las características culturales de los misioneros, en paralelo con sus convicciones cristianos, sirvieron para crear confianza donde los modales de sus vecinos criollos hicieron lo opuesto.
El evangelio afecta la vida de los oyentes. La cultura del predicador afecta a los oyentes. La cultura de los oyentes afecta al predicador. Mayormente en forma positiva. Es un imperativo de la fe cristiana que la buena nueva del amor de Dios en Cristo se comparte con otros. Por eso vinieron misioneros que se sumergieron en las culturas indígenas.
Pero otro imperativo del evangelio es la unidad de los creyentes. Si bien un resultado del Concilio Vaticano II fue la reevangelización, también lo fue el ecumenismo de reconocer a los de otras tradiciones de fe como “hermanos separados” y no solo como sectas. Ut Unum Sint (1995) reforzó este cambio profundo de paradigma. Por un lado esto ha afectado la marcha de la evangelización, y por otro el entendimiento del evangelio. Por incómodo que a veces pueda resultar, el trabajar al lado de hermanos de otras confesiones nos abre los ojos a nuestros propios acondicionamientos eclesiales.
Uno de mis primeras experiencias de diálogo ecuménico fueron las conversaciones sobre “liberación” entre los teólogos Severino Croatto y René Padilla, en el marco de la Fraternidad Teológica Latinoamericana en 1973 en Buenos Aires. Me sorprendió el nivel de intercambio, de conceptos tanto sociales como bíblicos. Algo parecido ha continuado en otros niveles donde existe respeto (por ejemplo entre ENDEPA y algunas misiones y ONG evangélicas), muchas veces por una causa compartida como es el compromiso con los pobres o con los pueblos indígenas.
Obispo Nicolás Drayson
Salta – 2015